tal como la entendemos, cesa; cuando tan sólo queda el muestrario de abandonos y silencios que tras de sí deja la muerte.
Y se enfrenta a esos misterios inalcanzables sin más equipaje que un alegato desbocado, herido por un sinfín de palabras erráticas. Es un viaje insomne por el laberinto vertical de la impotencia que, sin embargo, evita tenazmente las melancolías y las autocomplacencias. Es un intento de enfrentarse cara a cara con lo desconocido, con lo inevitable. Aquí no se trata de lamentarse, sino más bien de esforzarse por abrir sendas inexploradas con la esperanza, tal vez vana, de considerar que en ese esfuerzo ya radican las pistas de una comprensión tranquilizadora. Para ello precisa de una elocuencia borracha de intuiciones, de acertijos incomprensibles, de un tumulto de sensaciones rabiosas más que de prolijos razonamientos organizados. Para ello precisa, en fin, de la tenacidad inaprensible de la poesía.