Refugio de bestias
Autor Alejandro RabreUna de las actividades en la que menos empeño ponemos los seres...
Fecha de Publicación | 28/03/22 |
Peso | 1,00 MB |
Medidas | 140 x 210 x 9 |
Cantidad de Páginas | 136 |
¿Desea comprar este Libro?
Una de las actividades en la que menos empeño ponemos los seres humanos es la de atender a las señales. El mundo no es como lo dejamos por la noche sino como lo encontramos por la mañana. Mientras soñamos las cosas tales o cuales, la escena que nos preparamos, si ya era ajena ayer, hoy ni te cuento.
Estas narraciones hablan de varias cosas diferentes, pero sobre todo de equívocos y de ideas malinterpretadas, a veces por el ofuscamiento de los demás, a veces por el propio.
Estas narraciones hablan de varias cosas diferentes, pero sobre todo de equívocos y de ideas malinterpretadas, a veces por el ofuscamiento de los demás, a veces por el propio.
Alejandro Rabre
Nací de un viejo caserón durante uno de esos años revolucionarios en un lugar en donde nada revolucionaba. El frío de las paredes lo amortiguaban los miles de libros que un padre impresor y una madre lectora tenían de abrigo. La gente entraba y salía. La música sonaba, dispar. A veces había más animales que personas. Novelas a pluma, los dedos con huellas de tinta. Los estudios díscolos, desordenados; la demencia madre de la ciencia y, al final, la Historia, que es la cariátide del Tiempo. Los fracasos, bastantes. Los kilómetros, no menos. Y el murmullo continuo de la máquina de escribir. Nos queda qwerty, se nos aflojan los dedos. La vejez, todavía no, pero se adivinan viruelas. Un codazo en una cena: Nos juntamos unos cuantos Inconstantes a morder lápices, ¿te animas? Está bien, ya dejé el tabaco. Y aquí está. ¿Usted qué va a ser de mayor? Yo, un puñado de arena.
Nací de un viejo caserón durante uno de esos años revolucionarios en un lugar en donde nada revolucionaba. El frío de las paredes lo amortiguaban los miles de libros que un padre impresor y una madre lectora tenían de abrigo. La gente entraba y salía. La música sonaba, dispar. A veces había más animales que personas. Novelas a pluma, los dedos con huellas de tinta. Los estudios díscolos, desordenados; la demencia madre de la ciencia y, al final, la Historia, que es la cariátide del Tiempo. Los fracasos, bastantes. Los kilómetros, no menos. Y el murmullo continuo de la máquina de escribir. Nos queda qwerty, se nos aflojan los dedos. La vejez, todavía no, pero se adivinan viruelas. Un codazo en una cena: Nos juntamos unos cuantos Inconstantes a morder lápices, ¿te animas? Está bien, ya dejé el tabaco. Y aquí está. ¿Usted qué va a ser de mayor? Yo, un puñado de arena.